La música, hace mucho, mucho tiempo, se compraba también en tascas y garitos insolubles, y en gasolineras perdidas por la geografía Española.
Un chato de vino para el tío, un refresco para el sobrino, y una cinta de cassette, que había que sacarle, para el Cassette Philips.
Un recuerdo a esos chamizos del casco viejo de Huesca. A los locales sin salida de emergencia, donde muchos aprendieron a bailar y dieron sus primeros pasos en el ligoteo adolescente. Eran, y siguen siendo, mal que les pese a algunos, lugares de nobleza, escuelas de vida.
Vivir, mancha, pero la mierda, es necesaria.
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