lunes, 6 de julio de 2009

Morir solo


Estos días, por achaques de la edad, hemos tenido que ingresar a mi padre en el Hospital. Una caída, más sus problemas habituales, hicieron que termináramos en Urgencias el viernes por la noche.

Se llamó al 061 el día de la caída. "Nada, esto sólo ha sido el golpe", estipularon tanto los de la ambulancia, como la facultativa que vino a examinarle. Pues no, el viernes por la tarde presentaba un cuadro de fiebre bastante alta, alarmante.

La decisión de enviarlo allí, la tuve que tomar yo. Tenía el volante preparado para la ambulancia, pero la última, e inexperta palabra, era para mí. Si algo he aprendido gracias a todos estos achaques de mi progenitor, es a no fiarme del sistema de salud. ¿Más claro? Pasan de todo. "La media de edad de un varón Aragonés es de 79 años". "Tu padre pasa sobradamente de esa edad". Y así, durante seis largos años.

¿Problemas diarios? Pues a internet, claro. Nunca seas amigo de médicos, enfermeros, o banqueros. Todos tienen la lengua bífida.

Acabamos el fin de semana en el Provincial, o "Sagrado Corazón de Jesús", hospital "paliativo", para enfermos con enfermedades crónicas, o ancianos de edad avanzada. Aquello, desde luego, no es El Hospital San Jorge, supuesta joya de la "corona médica Oscense".

Dos auxiliares, y una enfermera para toda la sección de enfermos geriátricos durante el fin de semana. ¿Qué ocurre cuando, literalmente, te "vas a chorro"? Pues que tienes que esperar media hora, al menos, dado que probablemente, otra persona se lo "ha hecho encima" antes que ti, y no dan a basto.

Muy triste, para todos.

Pero lo más triste de todas estas circunstancias, es que te lleven allí, literalmente, a "Morir solo".

Nadie "sabe" de dónde vienes, (probablemente, de alguna residencia de la Seguridad Social, o de otra tipo "Ancianitos desamparados"). La iglesia Católica vende sus bondades, para que pongamos una cruz a la hora de hacer la declaración, pero cuando tienen que demostrar esa caridad "hacia el prójimo", la realidad se convierte en un sentimiento de enorme soledad, y tristeza.

Y así terminó nuestro compañero de habitación, Salvador. Se ha pasado todo el fin de semana agonizando, y esta mañana, ha fallecido. Una sábana le cubría en la habitación. Afortunadamente, ninguno de sus compañeros, estaba presente.

No es el primer caso que he visto, ni que he conocido, por supuesto. A uno, ya no es que se le rompa el corazón, porque el mío ya sólo es un músculo que empuja mi sangre, pero sí comprendo a aquellos que reniegan de todo sistema, o simplemente, se ponen una bomba en el pecho, y mandan al cuerno un trocito del mundo.

Es duro decir adiós, pero más duro, es no tener a quién decírselo.

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